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domingo, 31 de enero de 2010

La historia jamás contada de Afganistán



Al igual que sus imperiales predecesores en Washington, Londres y Rusia, Barack Obama está convencido de que su ejército puede de alguna manera convertir a Afganistán en una nación donde el imperio que dirige pueda hacer lo que se le antoje. Como los autores de Afghanistan: The Untold Story dejan claro, sus posibilidades de éxito son bien magras. La historia no está de su parte.

Ron Jacobs Counter Punch, traducción de Sinfo Fernández en La República

En la primera semana de 2010, cinco soldados estadounidenses murieron en Afganistán. En la última semana de 2009 se registró la muerte de ocho agentes de la CIA en aquel país. Pero muchos más civiles afganos murieron asesinados durante ese período, incluidas las aparentes ejecuciones de varios muchachos por personas que pertenecían al ejército estadounidense o que trabajaban a su servicio. Además, fuerzas insurgentes atacaron a un funcionario del gobierno de Karzai en el este de Khost y en Herat se lanzaron cohetes hacia el lugar donde se ubicará el futuro consulado de EEUU. El 6 de enero de 2010 se informó que la administración Obama estaba enviando mil expertos civiles estadounidenses más al país para que ayudaran en supuestos proyectos de reconstrucción. Esta noticia fue recibida con escepticismo por los afganos tanto dentro como fuera del gobierno. El embajador afgano ante las Naciones Unidas señaló que pocos afganos confiaban ya en esos supuestos esfuerzos de reconstrucción y que EEUU haría mejor en contratar a afganos para que llevaran a cabo las labores de reconstrucción en lugar de enviar ciudadanos estadounidenses “creando estructuras paralelas que no hacen sino arruinar los esfuerzos del gobierno afgano”. El embajador debe ser muy consciente de que la historia de las reconstrucciones de EEUU, ya sea en Afganistán o en Iraq, es un legado de corrupción, construcciones deficientes y esfuerzos fallidos que no beneficiaron más que a las compañías extranjeras que consiguieron los contratos.

A pesar de la situación anteriormente mencionada y de los ocho años de comparable fracaso que precedieron a las semanas arriba descritas, la administración Obama está enviando al menos 30.000 soldados más a la refriega afgana. Además, habrá un número no especificado de mercenarios que se añadirán a las cifras de tropas ocupantes. Al igual que sus imperiales predecesores en Washington, Londres y Rusia, Barack Obama está convencido de que su ejército puede de alguna manera convertir a Afganistán en una nación donde el imperio que dirige pueda hacer lo que se le antoje. Como los autores de Afghanistan: The Untold Story dejan claro, sus posibilidades de éxito son bien magras. La historia no está de su parte.

Ese libro, publicado poco después de la elección de Obama en 2008, entraña una mirada a la historia de Afganistán, centrándose sobre todo en los últimos cien años. Las cuestiones principales se refieren a la naturaleza de la situación de Afganistán en las luchas regionales e internacionales por el poder y el control en Asia Central. Desde Alejandro Magno hasta Barack Obama y el General McChrystal, Afganistán ha significado frustración, y hasta ahora, en todas las ocasiones, ha implicado también derrota para el invasor. Los autores, los periodistas Paul Fitzgerald y Elizabeth Gould, presentan ante el elector el perenne fracaso de Gran Bretaña a la hora de someter a los ejércitos de Afganistán, sin que importara quién gobernaba en cada momento esa nación.

Según Fitzgerald y Gould, la razón principal de ese fracaso fue el debate sobre las zonas dominadas por los pastunes (Pastunistán) que fueron reclamadas por Gran Bretaña bajo el Acuerdo Durand, y que los nacionalistas afganos consideraban parte de Afganistán. Aunque estaba perdiendo ya su imperio, Londres se implicó en una lucha continuada sobre esas tierras y pueblos al crear Pakistán fuera del subcontinente indio y dividir Pastunistán en dos.

Después de la segunda guerra mundial, EEUU se trasladó a las antiguas colonias de Gran Bretaña, estableciendo pactos económicos y defensivos en su deseo de cercar a la Unión Soviética. Al igual que Gran Bretaña antes, las interacciones de Washington con Afganistán exhibieron una ignorancia del deseo histórico de no alineamiento por parte de Afganistán. Esta ignorancia se combinó con la insistencia en que cualquier expresión de ese deseo demostraba que Moscú estaba influyendo en la política de Kabul. Fitzgerald y Gould escriben que esto no se produjo por accidente. En realidad, fue el resultado lógico de una directiva de seguridad nacional de 1950 conocida como la NSC 68. Esta directiva, escrita por el ala anticomunista y militarista del establishment de la política exterior estadounidense, insistía en que la Unión Soviética trataba de establecer una hegemonía mundial y que la única vía para impedirlo era que EEUU se le adelantara. La esencia de la filosofía que motivó esa directiva era sencilla: o uno estaba del lado de Washington o uno se convertía en el enemigo. El resultado directo de esa directiva fue la creación de una economía de guerra permanente y la creación de un estado de seguridad nacional. En la práctica, eso significó en parte que las luchas por la liberación nacional y los deseos nacionales de no alineamiento se percibían como inspirados por los soviéticos y, por tanto, formando parte del campo enemigo. Además, los estadounidenses que se oponían a esas políticas de EEUU eran considerados potenciales traidores.

En el mundo musulmán, esta visión condujo a que Washington comenzara a cortejar a la derecha islámica. Una razón fundamental para esa alianza fue que la derecha islámica odiaba la filosofía marxista. Además, ciertos personajes poderosos, como William Casey de la CIA, consideraban a la derecha islámica como sus hermanos espirituales, ignorando, en el mejor de los casos, su misoginia y métodos brutales y, en el peor, endosando tácitamente esas prácticas. La alianza empezó con la ayuda subrepticia del MI5 británico y de la CIA a elementos de los primeros Hermanos Musulmanes en su lucha contra el nacionalista egipcio Abdel Nasser, y encontró su expresión final cuando se dedicaron a armar, bajo Carter y Reagan, a los grupos de muyahaidines afganos.

La implicación de EEUU en Afganistán que empezó con Jimmy Carter no fue accidental. Fue el resultado de los esfuerzos concertados de la derecha estadounidense para recuperar su poder tras la derrota en Vietnam. Finalmente, esos triunfantes esfuerzos, dirigidos por neocon como Zbiegniew Brzezinski y Richard Pipes y ayudados por liberales como Barney Frank y Paul Songas, supusieron el resurgimiento del ala pro-militarista del establishment político como principales arquitectos de la política exterior estadounidense. Según los autores, lo que eso significó para Afganistán fue que Washington “apoyaba (ahora) a una clase de mullahs y terratenientes que durante generaciones habían estado combatiendo cualquier reforma social” y que “se implicó en un proceso que hizo que la evolución social en Afganistán retrocediera hasta la Edad de Piedra”. La guerra de los muyahaidines y lo que siguió destruyó todos los progresos sociales conseguidos por los anteriores gobiernos afganos. Las mujeres y niñas fueron relegadas a un status de segunda clase y la intolerancia fundamentalista estaba a la orden del día.

La historia contada dentro de las tapas del libro es la historia de una antigua nación que durante el pasado siglo trató de crear una sociedad libre y tolerante. Es también la historia de una nación cuya geografía la ha situado en el centro de muchas batallas de los grandes poderes en un intento de colonizarla. La lucha por la tolerancia y la justicia se produjo bajo monarquías, regímenes localistas, regímenes capitalistas autocráticos y democracias. En la opinión de los autores, esas luchas se convirtieron en una guerra civil cuando EEUU empezó a armar a los señores de la guerra y a las fuerzas religiosas reaccionarias en su guerra contra los soviéticos. El caos que sobrevino tras esa decisión produjo la destrucción de las fuerzas que trabajaban en favor de la modernidad, y la llegada al poder de las fuerzas reaccionarias. Justo en ese momento, el caos en Afganistán se convirtió en una batalla entre los poderosos señores de la guerra y los talibanes, con EEUU colocado al lado de varios señores de la guerra en lucha contra su progenie: los talibanes. Esto sitúa directamente la responsabilidad de la desesperada situación de Afganistán en las manos de los políticos estadounidenses: la corrupción del gobierno de Karzai, los talibanes, el ácido en el rostro de las muchachas, los señores de la guerra, el comercio de heroína, etc. También nos plantea si no fue siempre ésa la intención de esos políticos.

Si hay algún defecto en ese texto, no está en la escritura o en la historia sino en la aseveración de que únicamente los elementos neoconservadores de la estructura de poder estadounidense son los responsables del pasado reciente y de la actual situación afgana. Uno podría asumir tal implicación si no fuera por los antecedentes históricos. Cada voto del congreso para financiar la agresión estadounidense en Afganistán ha sido precisamente para tal fin, mientras que los medios dominantes de EEUU rara vez se han cuestionado la guerra o las razones ofrecidas para esa guerra. En efecto, cuando Ronald Reagan posaba con los muyahaidines para las fotos, éstos eran celebrados en todos los medios como luchadores por la libertad. La política de EEUU, en lo que ahora se denomina como la guerra de AfPak, no es una política de la derecha o de los liberales, sino del mismo establishment de Washington. La muda respuesta a la reciente escalada de Obama no es sino la prueba más reciente de este hecho.

“Afghanistan: The Untold Story” termina con una serie de recomendaciones para Barack Obama. La primera y la última de esas recomendaciones son las más esenciales: La número uno es muy sencilla: parar de matar afganos. La última es un poco más compleja. Fitzgerald y Gould recomiendan que se vuelva a abrir el debate sobre la identidad nacional de Estados Unidos. Según ellos, ese debate se clausuró el 7 de diciembre de 1941, cuando los japoneses atacaron Pearl Harbour y el estado de seguridad nacional pasó a ocupar una posición omnipresente. Desde donde me encuentro hoy, parece como si el Sr. Obama no hubiera tomado en cuenta ninguna de esas recomendaciones. Así es, sus políticas son una continuación del pasado. Y si lo que desean son pruebas, les sugiero que lean el discurso de Obama justificando la escalada de la guerra en Afganistán [1] y las historias en los medios acerca de la matanza en curso de civiles afganos por las fuerzas estadounidenses [2].

N. de la T.:

[1] A este respecto, puede consultarse la traducción al castellano del artículo de Justin Raimondo “El discurso bélico de Obama” publicado en Rebelión: http://www.rebelion.org/noticia.php...

[2] A este respecto, pueden verse, entre otros, los artículos del Profesor Marc W. Herold publicados en Rebelión: http://rebelion.org/noticia.php?id=...; http://rebelion.org/noticia.php?id=90410

Ron Jacobs es autor de The Way the Wind Blew: a history of the Weather Underground, que Verso acaba de reeditar. El ensayo de Jacobs sobre Big Bill Broonzy está recogido en la colección de CounterPunch sobre música, arte y sexo: Serpents in the Garden. Su primera novela, Short Order Frame Up, ha sido publicada por Mainstay Press. Puede contactarse con él en: rjacobs3625@charter.net

2 comentarios:

  1. La número uno es muy sencilla: parar de matar afganos.Que recomendación tan simple y tan fácil de cumplir, pero me parece que el nobel de la Paz no está por la labor.

    Que se le va a hacer!

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  2. Agfanistan se conoce como el cementerio de los imperios y esta vez no sera la excepcion!

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