Simulaciones afganas de los marines en Virginia
Una marine registra a una figurante afgana en el entrenamiento
Lejos de Afganistán, entre los bosques de Virginia, los marines intentan pacificar a los locales, negociar con ellos y, si las palabras no bastan, apretar el gatillo. Los locales son una troupe de actores afganos que van de base militar en base militar por todo Estados Unidos, y hoy se encuentran en Quantico (Virginia).Marc Bassets para La Vanguardia
Los marines son veinteañeros que se entrenan para entrar en un combate desigual en el que el civil puede ocultar un talibán, y el uso de la fuerza bruta es la mejor propaganda para reclutar insurgentes.
"En Afganistán llevamos treinta años de guerra. Los rusos estuvieron aquí. ahora los americanos. Ustedes nos tienen que respetar, pero vienen y registran nuestras casas sin permiso. Si los talibanes les ven, vendrán por la noche y nos matarán a nosotros y nuestras familias".
Quien habla, a través de un intérprete, es un afgano residente en Estados Unidos que, envuelto en una túnica y con gafas de sol, simula ser el líder de un poblado de Afganistán en el que se esconde un insurgente. La escena se desarrolla en un poblado reconstruido en una pradera de Quantico. El ejercicio pretende enseñar a los marines a comunicarse con los civiles, a escucharlos y a extraer la información necesaria para localizar a los malos.
Ante el afgano, un marine barbilampiño, equipado con casco, chaleco antibalas y un fusil M-16, acierta a prometer: "Nosotros podemos sacar a estos hombres malvados de su pueblo, y ustedes estarán protegidos".
Es la primera vez que el marine se enfrente a una situación semejante, y aplica como puede lo que sus superiores, que han vivido situaciones similares en Irak o en Afganistán, le han explicado.
El afgano le responde, y en sus palabras se adivina también una lección para el aprendiz de guerrero.
"Ustedes tienen que respetar nuestra cultura. Entran a una casa sin permiso de nadie. Quizá hay seis niños dentro, y mujeres. Si no son sus enemigos, se convertirán en sus enemigos". La conversación se prolonga unos minutos, hasta que a unos metros se escuchan disparos. Los otros marines del pelotón han dado con el insurgente en el interior de una casa. El tiroteo ha sorprendido al negociador desprevenido. Mal.
"Un error habitual -dice después el capitán Andy Schillace, que ha organizado el ejercicio- es involucrarse demasiado con los civiles y prestar poca atención a otras cosas".
Civiles en un momento, insurgentes en el siguiente; ahora conviene dialogar, ahora matar: los marines se preparan para la nueva guerra. Es la misma guerra que estos días se ha librado en el enclave talibán de Marja, en el sur de Afganistán.
Los marines -la élite de las fuerzas armadas de la superpotencia- han avanzado palmo a palmo, a bombazos primero, y a ahora intentando ganarse a la población, escéptica respecto a la voluntad de los estadounidenses de quedarse y protegerlos.
Ésta es, también, la guerra del presidente Barack Obama, que en diciembre anunció el envío de 30.000 soldados y marines más a Afganistán. En este país, como en Irak en los últimos años de George W. Bush, Estados Unidos aplica la doctrina de la contrainsurgencia.
"La clave del éxito de la contrainsurgencia es ganarse a la población", se lee en el Manual de campaña de contrainsurgencia del ejército y los marines, publicado tras la desastrosa invasión de Irak. Para lograrlo, es preciso dotar a los militares de "competencias políticas, diplomáticas y lingüísticas".
La doctrina no pone tanto el acento en la fuerza bruta -como los bombardeos aéreos- como en la convicción de que los ataques indiscriminados son contraproducentes.
Sin un mínimo de seguridad y de estabilidad institucional es imposible derrotar a una milicia local.
Los marines de Quantico se preparan para esta nueva guerra, y quieren que se sepa: esta semana han invitado a un grupo de periodistas extranjeros a seguir los entrenamientos.
"Una de las cosas en las que hemos trabajado con dedicación es el respeto y el aprecio de las culturas, sea cual sea el lugar del mundo en el que operemos", dice el coronel George W. Smith jr., comandante de la escuela de oficiales de la base.
La palabra "cultura" y "educación cultural" se repite durante las conversaciones en Quantico.
Los instructores se esmeran en educar a los marines -hombres y mujeres- sobre cómo cachear a los sospechosos. Los hombres con los hombres; las mujeres con las mujeres.
"Dedicamos mucho tiempo a entrenar a los oficiales para que controlen las acciones con la población civil", añade el coronel Smith, que ha estudiado con detalle la insurgencia española contra la invasión napoleónica.
No siempre es posible ni conveniente, sin embargo, "controlar las acciones". El entrenamiento incluye el asalto a una zona urbana -edificios de dos o tres pisos que simulan una zona de guerra- tomada por los insurgentes.
El ejercicio -bombas de humo, balas de fogueo, gritos, adrenalina- podría resultar veraz si no fuese porque los periodistas se pasean por las calles y casas como si nada sucediese.
En la jornada de puertas abiertas, éste es el momento en el que más visible es la ferocidad de los marines, en el que uno puede hacerse una idea más aproximada de lo que representa un combate calle a calle, puerta a puerta.
Para los alumnos de Quantico, en etapa de formación, la realidad de la guerra es tan extraña como para muchos de los periodistas que les observan.
La ventaja respecto a generaciones anteriores de marines es que ahora quienes les enseñan sí conocen la guerra. Al terminar la batalla, el mayor Albino Mendonça, nacido en las Azores, recuerda que cuando él estudiaba en Quantico esto no ocurría.
Desde Vietnam, en los años sesenta, Estados Unidos no había librado una guerra a gran escala; durante unos años pareció que los marines acabarían especializándose en operaciones quirúrgicas y humanitarias.
"Somos luchadores feroces. Siempre lo hemos sido, y en mi opinión nos ha ido bien. La gente nos teme, se lo piensa dos veces antes de luchar contra nosotros. Pero si la población se nos vuelve en contra, malo. Significa que debemos recobrar la confianza". dice el mayor Mendonça, que ha combatido en Irak.
"No hay mejor amigo que un marine -añade en otro momento-. Ni peor enemigo".
Cuerpo de marines: 202.000
En Irak: 3.000
En Afganistán: 18.500
- Pocos y orgullosos.
Algunos eran civiles hace unos meses y dentro de unos meses estarán luchando en Afganistán con los marines, la élite de las fuerzas armadas de Estados Unidos, los más feroces y temidos, y también los más admirados y mitificados en el cine y en la conciencia colectiva. "Ser marine es algo especial". La frase la pronuncia Daniel Estrada, un marine que nació en Colombia hace 22 años y emigró a Nueva York a los seis. Estudió en la escuela naval de Annapolis y quiere ser piloto. Y es así: los marines se sienten especiales. The few, the proud, dicen de sí mismos. "Los pocos, los orgullosos". La instrucción inicial de once semanas para poder ser marine es durísima. Las películas -la primera parte de La chaqueta metálica, de Stanley Kubrick, es un referente entre los marines- no exageran. La fase inicial sirve de criba, y sirve también para transformar a ciudadanos civiles en máquinas de guerra, algo así como sacerdotes soldados, dedicados a la vida monacal de los marines y lejos de la caótica vida civil. Los alumnos de la llamada Escuela Básica de Quantico (Virginia), como Estrada, han superado esta instrucción, de modo que ya son oficialmente marines. Ahora es el momento de formarlos. Son oficiales, lo que significa que cuando entren en guerra liderarán los pelotones; para ser oficial es necesario tener una licenciatura universitaria. Una vez superada esta etapa se especializarán, y algunos irán pronto a la guerra. Como Taylor Evans, 23 años, de Carolina del Norte y licenciado en Historia, que en seis meses podría estar en Afganistán. "Siento miedo y excitación", dice. "Pienso en ello, pero tengo ganas de que me movilicen", explica Hannah Patston, una ex contable de 27 años.
- Actores afganos entre marines.
Las camionetas desembarcan en la base de Quantico. Salen decenas de afganos. En un poblado falso construido en una pradera de la base construyen un mercadillo y se ponen ropas típicas. "Venga, venga", les mete prisa el jefe, de aspecto anglosajón. Los marines llegan enseguida, e intentan tomar el control del pueblo y encontrar a un insurgente escondido. Los afganos hacen el papel de la población local, siguiendo un guión diseñado para colocar a los marines ante situaciones que se encontrarán en Afganistán cuando deban negociar con las autoridades locales. Los actores trabajan para una empresa con sede en Orlando (Florida) llamada Defense Training Systems (DTS), una de las numerosas compañías privadas que suministran sus servicios al Departamento de Defensa de Estados Unidos. En su página web, DTS ofrece, entre otros servicios, "mercados realistas que actúan como acceso cultural durante los ejercicios de entrenamiento previos al despliegue". Es decir, mercadillos orientales en los que los militares, que quizá nunca hayan salido de su país, pueden intuir el choque cultural que están a punto de sufrir. Uno de quienes participó en el ejercicio de Quantico -y que hacía el papel de insurgente- acabó detenido. Explicó que vivía en el Estado de Georgia y llevaba en Estados Unidos desde los años ochenta. Según este actor, los trabajos son esporádicos. El grupo suele desplazarse entre bases militares donde los militares se entrenan. Él cree que con este trabajo prepara mejor a los marines y puede salvar vidas. Los actores son una parte esencial en el entrenamiento cultural de los marines. Uno de los errores reconocidos de la invasión de Irak fue el desinterés inicial por ganarse a la población local y protegerla, lo que alimentó la hostilidad hacia las fuerzas de ocupación. La palabra clave ahora en el Pentágono es cultura. Hay que preparar a los soldados y marines para entender las culturas locales y ganar "corazones y mentes" como ya se decía en Vietnam. Los juegos de rol con población local son una parte imprescindible del entrenamiento.
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